viernes, 9 de diciembre de 2016

NAVIDAD 1978

Unos tres meses atrás y después de unas decisiones precipitadas y poco sensatas, había renunciado a un trabajo relativamente estable en una empresa de gran prestigio y solidez.

Su decisión de  querer emprender una carrera en un oficio, de por sí, complejo, pero que tenía en ese entonces grandes perspectivas lo había dominado y así, de un día para otro dejó  el trabajo y a pesar de los ruegos discretos de sus jefas y los consejos atinados de algunos con mayor experiencia, se lanzó a recorrer nuevos caminos.

El ambiente citadino, anunciaba la próxima celebración de la navidad, la temporada de fin de año se respiraba en todos los ambientes, las noches de compra estaban en su apogeo, los medios radiales, impresos y televisivos bombardeaban y seducían a los consumidores a fin de motivarlos y coaccionarlos por comprar y comprar.

La empresa que lo albergaba, era muy modesta, tanto en la fortaleza financiera como en su marco de acción, el mercado de las computadoras era muy incipiente, de hecho las empresas en el mercado local que poseían algún tipo de equipo electrónico para procesar sus datos, eran muy pocas; esta empresa de carácter e inversionistas locales, estaba o trataba de competir contra los grandes de esa época : IBM y NCR., presentando una alternativa mucho más barata y más amigable para realizar sus funciones, en consecuencia, la tarea era ardua.

El grupo de analistas y programadores era muy heterogéneo, la mayoría lo conformaban ingenieros industriales de la Nacional y uno que otro técnico empírico, verdaderos genios de la electrónica y profesionales de la programación que con  manual en mano en idioma inglés, realizaban  reparaciones de circuitería o programaban las rutinas que darían soporte a las operaciones de las empresas clientes.

Esta situación de precariedad se agudizaba, con la época navideña, las empresas generalmente limitan o suspenden todo tipo de inversión, los gastos de aguinaldos, fiestas y demás erogaciones anuales, reducen la capacidad de maniobra de efectivo y los cerebros financieros prefieren esperar el próximo ejercicio para realizar inversiones.

De modo que, la empresa modesta, a puros ajustes de última hora, habían logrado pagar lo establecido y los aguinaldos al personal de planta, en palabras llanas a “puras penas”.

Su caso, al no estar en la planilla formal, no poseía compromiso, él había trabajado las últimas semanas en  el desarrollo de un sistema de control de repuestos para una distribuidora de vehículos, pero, al no hacer pagos anticipados, no existía, por tanto,  remuneración para ese período tan especial.

La pequeña compañía no dejaba de tener características muy especiales, la secretaria recepcionista era una señora joven con unas curvas de esas de las películas “los verduleros “ o del “día de los albañiles”, muy admirada y respetada, ella le ponía el toque femenino a la pandilla de jóvenes y jefes, aconsejaba y realizaba su labor con gran profesionalismo. 

El proyecto los dirigían dos ingenieros industriales que con la ayuda de un joven visionario capitalista, dieron marco para crear la empresa de distribución de computadoras y desarrollo de sistemas,   Guayo y Job eran las cabezas, ambos muy amistosos, profesionales, sus personalidades eran antagónicas mientras uno era serio y formal, muy paternal, el otro era jodíon y muy amistoso, el amigo de confianza. 

Aunque casi siempre coincidían en el estilo de liderazgo, basado en la confianza y el desempeño realizado.  Ambos experimentados y eficientes en materia de desarrollo de sistemas, organización, programación, etc.

El técnico en jefe de mantenimientos era Robert un genio de la electrónica, ensimismado en su mundo abstracto, gustaba del whisky y sus charlas todo el tiempo eran astrales, ayudado por Terezón, taciturno y metódico.  Y David, formal, religioso y muy poco dado a la broma, resolvían verdaderos rompecabezas en los circuitos electrónicos de los equipos y realizaban hazañas de leyenda en los mantenimientos.

En el equipo de programadores, estaban los sénior, Hugo Y Nubia, ambos ingenieros de sistemas, eran las cabezas, ya con alguna experiencia en tan novedosa profesión, tenían algunos proyectos  operando, ellos muy desprendidamente, enseñaban y comentaban las innovaciones, nuevas rutinas, maneras más fáciles de programar, gozaban de gran admiración en los programadores bisoños, esta cualidad también los impregnaba de cierta aura de “primas donas”, expertos y complejos en su comportamiento, trabajaban sin horarios establecidos y sus resultados eran prominentes.

Los programadores junior, ingenieros recién egresados, pasaban estudiando, haciendo análisis, programando en papel, haciendo pruebas y cada triunfo por pequeño que fuera se celebraba con júbilo y vítores.

Julito, sobresaliente, desprendido, colaborador, jodarria hasta morir, experto en contar chistes profanos, muy metódico para el trabajo, el líder de la pandilla, seguido por 
Wilson, alto, narizón, negociante nato, de origen árabe, efectivo para resolver problemas, 
Juan Carlos, genial, efectivo, práctico, su formación jesuita, le daban un amplio panorama de los problemas a resolver en las computadores, 
Manuel, trabajador incansable, duro para pelear con los problemas, excelente programador. 
Atilio, experto en organización y métodos, serio y formal.

Otros grupo de jóvenes, soñadores, que se habían adherido a la compañía sea por atracción, circunstancialmente o por casualidad, llegaban a la empresa a aprender  esperando una oportunidad, sus trabajos eran secundarios, por ejemplo, 
introducir datos de prueba, hacer pruebas de rutinas, limpieza de los equipos, cargar bultos, hacer trabajo de papeleo o simplemente para pasar el día en ese ambiente agradable, desenfadado  y técnico.

Además laboraba un contador, joven y laborioso, casi siempre metido en papeles y partidas, haciendo cuentas, ajeno a la vida excitante del ambiente laboral, salía a refrescarse por ratos y después regresaba a sus cuentas y cálculos.

Pero además, estaba el gerente administrativo, el lic. Pérez, el “gargamel” de la oficina, serio, desconfiado, estricto.

Había sido impuesto por el empresario inversionista para cuidarle sus intereses.
Ese cuido pasaba por la disciplina financiera, la auditoria de los gastos, el control de los movimientos de caja,etc., etc. 
A eso se le adicionaba su personalidad de pocos amigos, un humor cruel y gris, pasaba pendiente de su carro, encorbatado y vestido formalmente, bromeaba de cosas fútiles e irrumpía con su presencia el cotidiano jolgorio de los demás, que pasaban chistando y bromeando.

Los jefes le temían, y en actitudes hipócritas lo respetaban y realmente le temían, pues sus informes podían ser tan severos que podían poner en peligro las inversiones o la continuación del proyecto o ameritar una seria advertencia de parte del capitalista.

Les caía antipático a todos,  sus opiniones  y observaciones eran motivo de burlas, cuando se volteaba y se bromeaba diciendo “ya le vamos a decir al Lic. Pérez…..”, como forma de advertencia cómica y cruel, imitando su acento y frases que usaba.

Esa tarde del 24 de diciembre, se tornó alegre, corrieron los tragos, las alegrías de la navidad, las compras de chumpe, las manzanas, etc. Cada uno se sentía contento. 
En una amena reunión, todos departían.  Wilson se tomó dos tragos y empezó a desvariar, otros más discretos solo hablaban de las jornadas de trabajo o de temas de actualidad, Julito contaba los últimos chistes de los reyes magos.

El por su parte, pensaba en su hijo de un año, su familia lo esperaba, su joven esposa, su mamá, sin recibir pago, mientras los otros departían alegremente, se abatía  cómo y qué iba a llevar a su casa en San Bartolo, llopango, primero  y luego hasta la preocupación de los horarios de buses desde la colonia Roma y cómo conseguir los elementos de la cena navideña.

Muy tímido para pedir prestado, muy orgulloso para pedir adelantos, mientras los demás disfrutaban, él pensaba como hacer.  

Ni los jefes ni los compañeros se percataban que era el único que no habían recibido sueldo ni aguinaldos, todos bebían, se divertían y gozaban.

Nadie advertía sus preocupaciones familiares.

La tarde caminaba y en esas tertulias y amenos momentos estaban en su apogeo, uando apareció el Lic. Pérez, a lo que el jefe Guayo, advirtió su llegada en carro y empezó a limpiar los residuos de hielo y botellas de licor que estaban en la oficina, Wilson ya bolo, le recriminaba diciéndole que él era el jefe y que no tuviera miedo, queriendo confrontarlo ( a Pérez) y decirle sus verdades.

Unos  reían,  otros discretamente se fueron desapareciendo a fin de evitar que el Lic. Pérez los viera ya encendidos y desfachatados.

Cuando apareció fue un silencio sepulcral, el jefe Guayo lo saludó y quiso justificar la fiesta, a lo que Pérez no disimulo su desacuerdo con un gesto de rechazo.

No obstante, la mayoría siguió alegre y más de alguno le invitó a un trago, a Wilson lo fueron a esconder para que no metiera las patas con un improperio.

Él se apartó y pensó que ya no tenía sentido continuar allí, no consiguió dinero y mejor llegar temprano a ver que inventarían en la casa para pasar la navidad.  

 Conduciéndose a la puerta de salida, fue llamado por el Lic. Pérez, quien en un gesto inusitado, lo saludó y dándole un sobre le dijo:  “no se lo estoy regalando, se lo voy  a descontar del primer pago.”

El sobre contenía 300 colones.

Esa noche se comió jamón de virginia, arroz valenciano, manzanas, uvas y el niño quemó estrellitas.

Gracias licenciado Pérez Sayas, donde quiera que esté, Dios lo bendiga.
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