PASATIEMPO
Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía
luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque un océano
la muerte solamente
una palabra
ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros
ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra
Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía
luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque un océano
la muerte solamente
una palabra
ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros
ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra
Mario Benedetti
CARTAGENA
Será por 1965, cerca el Parque Centenario, sobre la quinta
calle oriente, queda, todavía, la Escuela Francisco A. Gamboa, en esa época se
distinguían, número 1 turno de la mañana y no. 2 por la tarde.
Yo estudiaba en
la no. 1, quinto grado y el lugar me quedaba a dos cuadras y media. (200 mts),
las caminaba alegre o distraído, la señorita Pacas, una excelente maestra, además muy estricta y amorosa no impartía, esa educación tan rica en conocimientos.
Los días eran tranquilos y mi infancia y preadolecencia
transcurría entre la escuela y el parque centenario (básicamente mi casa), donde se desarrollaba toda la película.
Allí entre juegos y aventuras crecía y se desarrollaba la existencia.
Este hecho fue un preámbulo de las lecciones de la escuela sublime e importante de la vida, como una
materia algunos la pasan con 10 y otros aplazamos y la mayoría pasamos
raspaditos.
Encontrarme por
sorpresa y sin decir “golpe avisa” y de primas a primera con el “bajo” mundo.
Era Cartagena, un joven moreno, delgado, alto para la norma salvadoreña, y
tendría es esa época 15 años, los cual lo presentaba mayor para los alumnos de
quinto que andarían por los 11, yo apenas cumplía los 10.
Este muchacho era un poco lento para el
estudio, un poco rebelde, desaliñado, faltaba con frecuencia, se sabía que vivía por la zona de la 22 calle
o calle Castillo, y llamaba la atención porque la mayoría de esos lados
estudiaban en la Esc. Chile, además era zona peligrosa y abundaban los salones y burdeles, tanto que
muchos cipotes que estudiaban por allí eran “Hijos de puta”, lo que no desmeritaba su condición de jóvenes alegres y con sueños.
La Chile además de
grande, tenía fama de violencia y la Gamboa de una escuelita marginal,
pequeñita, pero con un cuerpo de maestros muy dedicados, dirigidos por la dulce
Doña Ángela Viuda de Meyer y bajo la férrea disciplina de la señorita Teresita,
acompañado por un cuerpo de maestras que eran unos apóstoles para la enseñanza.
A veces, el ser buen alumno o ser mimado por las señoritas
maestras, trae consecuencias negativas, pues se gana el recelo o celos de los
compañeros y más de alguna envidia. (Además de las consecuencias en la
autoestima deformada que tenés que andar cargando por el resto de tu vida,
buscando quien te mime, ja ja ja ).
En
fin ser el que declama la poesía del día de la madre, la oración a la bandera, cuando toca el turno
al grado y presentar al grado en la escuela te hace foco o foquito del resto de
los compañeros, los cuales te admiran, te joden, te respetan o te chingan.
El caso que a veces llevaba el libro de Lengua y Liteatura Española,
el cual había aparecido en el cuarto, quizás desde antes que naciera, no
recuerdo ni para qué, llevaba el libro a la escuela, quizás para apantallar, o para hacer bulto, pues en
aquella época se estudiaba con un solo texto y la matemática de Don
Aurelio Baldor que te sacaba entonces y
aun ahora canas verdes, ( puta, eso de la regla de tres compuesta, etc. ) en
fin y sin darme cuenta un día el libro
se me perdió, el asunto era serio, pues en el cuarto de mesón – habían tan
pocas cosas- donde vivía iba a faltar el libro y mi mamá posiblemente me
castigaría al no dar explicación de la pérdida, provocando un severo lío para
mí.
Desde esa época pintaba a ser un despistado de primera, pues
no sabía si lo había dejado olvidado, si lo perdí en la escuela o si me lo
habían robado. Ya me había pasado en tercero que dejé los cuadernos en la acera
del parque para llenar el bolsón de semilla del árbol de conacaste, como ya les
he contado.
Viviendo con esa zozobra, iba transcurriendo el tiempo,
socando que mi mamá no me preguntara por el libro y pensando en las
explicaciones que tendría que rendir.
Un mediodía ya para salir de la escuela, se me acercó
Cartagena y me preguntó ;- Hey Milton, vos has perdido un libro, vea?. Respondí: - Sí, él: - A pues, mira unos cipotes de la tarde
lo tienen, pero quieren que les paguen dos pesos, (dos colones en ese tiempo, si me daban 5
centavos diarios, era lo de 40 días), es decir una fortuna.
Al principio me alegré, pues no estaba perdido el libro,
después me afligí, pues como conseguían las bolas con el reducido presupuesto
que manejaba, y sin pensar en la veracidad o no de la historia.
Como pude gavetiando, prestando y recogiendo por allí y or allá, al cabo de varios días, conseguí un colón, pues
cada día Cartagena me preguntaba con insistencia si había conseguido el pisto,
con la advertencia que no le dijera a nadie, porque si no se perdía el libro.
Así que le dije que solo tenía un peso, a lo que él, quizás cansado de
preguntar (la verdad es que era parte del trinquete), aceptó el peso y me
devolvió el día siguiente el libro, quedando que le iba a estar abonando hasta
completar el monto, pues me dijo que los “de la tarde”, estaban encachimbados y
que por él habían accedido a devolver el libro.
Tanto fue el agradecimiento y los buenos oficios de
Cartagena, que de allí se convirtió en mi más fiel defensor cuando de golpes se
trataba, mejoró en los estudios pues compartimos deberes y hasta nos acercamos
físicamente en el salón, pues él adelanto unas filas de pupitre para estar
cerca de mi puesto en la primera fila (claro,
lo hizo al modo más típico y el que dominaba y conocía, es decir, amenazando al otro cipote).
En fin, recuerdo haberle conseguido una peseta más (0.25 de
colón) y allí “murió la flor”, no recuerdo con exactitud si terminó el año,
creo que no, pues cada vez fueron más frecuentes sus ausencias…..ese muchacho
moreno, con el pelo sobre la frente, más alto que delgado, en fin desapareció
del mapa.
PASARON 7 AÑOS
Allá por los 70’s, vagando donde las putas, cerca del Cine
Avenida. Yo, Andaba con el chino Gilberto y otros cheros, deambulando viendo la
mercadería, me pareció ver a Cartagena, con otros dos jóvenes, con toda la
pinta de ladrones salteadores, es decir, lerfis.
Nos encontramos, cruzamos
miradas, al principio retadoras, el intercambio de miradas se volvió en un
flash que encendió los recuerdos y en segundos recorrimos el tiempo que
compartimos, me alegre verlo de nuevo y quize saludarlo, sin embargo las circunstancias eran de otra naturaleza, era la ley de la calle.
Después las miradas se convirtieron en de respeto mutuo y cada
quien siguió su camino, el chino Gilberto y los otros cheros ni cuenta se
dieron que ya nos iban a “poner”.
El libro aun lo conservo, y viene a cuenta pues, encontramos
personas, que nos marcan y dan pautas, para nuevas y estimulantes situaciones,
algunas non gratas, pero todas forman parte de ese mosaico de emociones que es
la vida, concluyendo que nada pasa por casualidad, en el tiempo está la
sabiduría, no obstante algunos nunca aprendemos y seguimos tropezando con la
misma piedra, queriendo y confiando que el mundo y las personas, lo cuales,
según mi entender, merecen una gota de
confianza a pesar de lo mal que la vida los trata.
Y que siempre hay una
rendija donde puede colarse el valor de
la amistad, solidaridad o lealtad.
Uno puede ejercer el papel de rival, lástima, amistad,
incluso indiferencia, el caso es que somos el producto de nuestras
experiencias, pero aquellas que nos marcan y que nos inducen a ser mejores
seres humanos en el día a día, hay tanto que hace
r y aprender.
PASARON 30-40 AÑOS...
Nombé, fíjense que en
una de las últimas zumbas, tuve que vender y casi “libriado”, ES DECIR A
PRECIO DE LOCOS, una cantidad de libros,
para saciar las constantes resacas o gomas que produce, estar hermanado con el
Dios Dionisius o Baco y acompañado con todas las consortes y demás fantasmas
que produce el DELIRIUMS TREMES. Y así
terminó la historia de la grámatica que le había comprado a CARTAGENA.
Sin embargo hace como tres años en mis continuas y
constantes visitas a las ventas de los libros usados pude encontrar de nuevo mi
libro de Lengua y Literatura española, en un prodigio digno de Ripley, así que nos volvimos a
encontrar y recorrer de nuevo sus paginas, incluso con mi nombre y el grado.
Y colorín colorado esta paja se ha terminado.