jueves, 17 de julio de 2025

LA REVOLUCION CUBANA  26 DE JULIO DE 1958 




Década de 1960, la Revolución Cubana (1959) generó una profunda polarización de opiniones en América Latina, oscilando entre la admiración y el desprecio. Este fenómeno político sacudió los cimientos tradicionales y tuvo un impacto multifacético en la región.


Admiración e inspiración

Para muchos sectores, especialmente la izquierda latinoamericana, movimientos estudiantiles e intelectuales progresistas, la Revolución Cubana fue un faro de esperanza y un modelo a seguir.

  • Antimperialismo y soberanía: Cuba demostró que era posible desafiar y derrocar a un régimen respaldado por Estados Unidos, lo que resonó profundamente en una región con una larga historia de intervenciones extranjeras. La "Primera Declaración de La Habana" de 1960, por ejemplo, fue una fuerte declaración de resistencia.

  • Justicia social y nacionalismo: Las medidas revolucionarias como la reforma agraria, la nacionalización de empresas extranjeras, las campañas de alfabetización y la creación de sistemas de salud y educación gratuitos, eran vistas como un camino hacia una mayor igualdad social y autodeterminación nacional.

  • Inspiración para movimientos armados: El éxito de la guerrilla castrista en la Sierra Maestra inspiró la formación y el crecimiento de movimientos guerrilleros en casi todos los países latinoamericanos, como los Sandinistas en Nicaragua o el FMLN en El Salvador. La idea del "foquismo" de Che Guevara, que sostenía que pequeños grupos guerrilleros podían encender una revolución, tuvo gran influencia.

  • Despertar de la conciencia política: La Revolución Cubana fomentó un debate intenso sobre las perspectivas de la revolución y las alternativas políticas, redefiniendo las tácticas y estrategias de los partidos políticos en la región.


Desprecio y temor

Por otro lado, la Revolución Cubana también generó profundo temor y rechazo, especialmente entre las élites tradicionales, los gobiernos conservadores y las dictaduras militares, así como en Estados Unidos.

  • Miedo al comunismo: A medida que Cuba se alineaba con la Unión Soviética y adoptaba un carácter socialista, muchos vieron esto como una amenaza directa a sus intereses y al statu quo. La Guerra Fría se intensificó en América Latina con la presencia soviética en el hemisferio.

  • Reacción y represión: El temor a "otra Cuba" llevó a una ola de represión estatal en varios países latinoamericanos, a menudo con el apoyo de Estados Unidos, que buscaba contener la propagación del comunismo. Las dictaduras militares en la región se fortalecieron, presentándose como baluartes contra la influencia cubana.

  • Ruptura de relaciones y aislamiento: Muchos gobiernos latinoamericanos, influenciados por la presión de Estados Unidos, rompieron relaciones diplomáticas con Cuba e iniciaron un bloqueo económico. Aunque hubo excepciones, como México, que mantuvieron una postura de no intervención, la tendencia general fue el aislamiento de la isla.

  • Críticas a la falta de libertades: A pesar de los logros sociales, las críticas sobre la consolidación del poder, la centralización de la prensa y la ausencia de libertades políticas en Cuba también generaron desprecio y decepción en algunos sectores que inicialmente habían apoyado la revolución.


En resumen, la Revolución Cubana fue un evento que polarizó a América Latina. Por un lado, encendió la llama de la esperanza y la inspiración para el cambio social y la soberanía en amplios sectores de la sociedad. Por otro, desató el pánico y la represión en las élites y gobiernos, que veían en Cuba una amenaza a su poder y al orden establecido, en un contexto de intensa Guerra Fría.



¡La Revolución Paga, y Pedro Urdemales !

Andaba nuestro Pedro Urdemales, más flaco que el ayuno de un fraile y con la tripa rugiendo como león enjaulado, por las calles polvorientas de la ciudad.

 El sol pegaba como patada de mula, pero a Pedro el calor no le importaba tanto como el frío de su panza. 

Tenía los bolsillos más vacíos que promesa de político y el hambre le bailaba una cumbia por dentro.

De repente, sus ojos, que para lo bueno y lo malo siempre estaban alertas, se posaron en la ventana de un comedor, de esos que huelen a carnita asada. Y lo que vió le encendió una bombilla, no la del foco, sino la de la animalada más pura y descarada.

Adentro, sentados a la mesa, había unos cuantos tipos con unas barbas que harían envidiar a Rasputín. Comían y bebían como si el mundo se fuera a acabar, pidiendo manjares que a Pedro solo se le antojaban en sueños. 

Cuando el camarero, con su libreta en mano, se acercó para el pago de la cuenta, los barbudos, con gran  vozarrón  y acento cubano que retumbaba, soltaron en coro, con ademán teatral y tocándose el tupido mostacho: "¡La Revolución Paga!" Y el mesero, ni corto ni perezoso, se cuadró y se fue con la cuenta vacía.

Poco después, otro grupo, igual de barbudo y con el mismo aire de importancia, entró al banquete. Se atracaron hasta reventar, y al final, con la misma cantaleta, exclamaron: "¡La Revolución Paga!" Y otra vez, el mesero, con una sonrisa de oreja a oreja, les dio el visto bueno.

Pedro, que no tenía ni un pelo de tonto (ni de barba, para ser exactos), se sobó la barbilla inexistente. "¡Ajá!", pensó con esa malicia que solo los desocupados de oficio cultivan, "aquí hay gato encerrado, y yo me voy a comer al ratón".

Así que, con el desparpajo que lo caracterizaba, se armó de valor y se metió al restaurante. Se sentó en una mesa como si fuera el mismísimo dueño del establecimiento y, con la voz más impostada que pudo, pidió: "¡Tráigame un banquete, camarero! De lo mejor, y que no falte la bebida para regar este gaznate seco." El mesero, acostumbrado a las extravagancias de la clientela, tomó nota sin chistar.

Pedro se dio un festín que ni en sus mejores fantasías. Se comió hasta los bordes del mantel, si se los hubieran servido. Cuando ya no le cabía ni un alfiler en la tripa, llegó el camarero con la cuenta, más larga que la cuaresma.

Pedro, con el alma henchida y el estómago contento, miró al mesero con una sonrisa de medio lado y, poniendo la mano en el pecho con solemnidad, sentenció: "¡La Revolución Paga!"

El mesero, que ya se las sabía todas, y al ver a Pedro sin un solo pelo en el mentón, le espetó con el ceño fruncido y voz de trueno: "mamierda!!""¡señor! ¡Usted no lleva barba!"

Pedro, sin perder la compostura ni un ápice de su picardía, se levantó un poco del asiento, se desabrochó el cinturón con una parsimonia que desesperaba, y mientras el mesero miraba con curiosidad, se bajó un poco el pantalón, justo lo suficiente para mostrar un atisbo de su vello púbico.

Luego, con una sonrisa aún más ancha y un guiño cómplice, le murmuró al oído al sorprendido camarero: "Es que soy de la secreta."