sábado, 2 de enero de 2021

 

Los pozos

(Amado Nervo)

—¡Madre, madre me muero de sed!

Si supieras qué sueño he tenido...

−¿Qué soñamos mi amor?—Pues soñaba

que vivía en un raro planeta,

glacial, cristalino.

En un raro planeta de hielo,

habitado por seres blanquísimos

y de un rubio ideal, que moraban

muy felices en medio del frío.

 

Los enormes, translúcidos témpanos,

azulados, a la luz de un tímido

satélite verde, fingían fantasmas

envueltos en linos

irreales, o montes absurdos

de amatistas, topacios, zafiros...

 

Y recuerdo también madre mía,

que en ocultos sitios

llenos de misterio,

vigilados siempre por custodios, rígidos,

gigantescos, mudos, habría unos pozos,

unos pozos hondos... hondos, ¡de aire líquido!

 

Era ciento ochenta grados bajo cero

su temperatura...

           − ¡No delires, hijo!

— ¡Ciento ochenta grados bajo cero, madre!

Y si por descuido

un bloque de hielo caía en un pozo,

hirviendo al contacto de aquel cuerpo ígneo

se alzaban columnas de vapor de aire

lanzando, rabiosas, sus agudos silbos...

 

Esos pozos estaban cubiertos,

y muy recatados y muy escondidos.

...Pero yo, muriendo de sed, fui a buscarlos,

fui a buscarlos, madre, pero entre los riscos

de hielo, con ansias de apagar la lumbre

de mis fauces ávidas (mientras que, dormidos

los rubios guardianes yacían al borde

de cada hoyo estigio).

 

Y abriendo la tapa de uno, del más grande,

por inadvertencia resbalé al abismo

¡Resbalé a la sima negra, en cuyo fondo

había aire líquido!

 

¡Oh qué sensación deliciosa, madre!

¡qué estupendo frío!

¡Por fin a esos labios de brasas, la fuente

mayor de frescura refrigeraríalos!

 

¡Pero no acababa de caer al fondo!

¡No llegaba al líquido!

Nunca terminaba mi derrumbamiento:

¡sólo iba creciendo mi frío!

 

...¡Al fin llegué, madre, llegué, qué ventura!,

¡qué baño divino!,

¡qué inmersión silenciosa en las linfas

insondables del pozo dormido...!

 

Mas ¡ay!, que al contacto de aquellos caudales,

de aquellos caudales claros y tranquilos,

sentí que mi cuerpo se cristalizaba

como un gran diamante volviéndose nítido.

¡Era yo un cadáver de cuarzo! ¡Un cadáver

infinitamente frío, frío, frío!

 

¡Pero libre, madre, de sed para siempre!

¡De esta sed inmensa que ya no resisto!

 

¿Por qué he despertado? ¿Por qué volví al horno

de este lecho...? ¡Madre, tu vaso está tibio!

...¡Llévatelo! ¡Quiero que me des un vaso

de aquel aire líquido!



 Para una buena plàtica, enmedio de una par de aquellos que vendìa Juan Lagarto o el Cacho.


No hay comentarios: