jueves, 26 de junio de 2025

La Aventura de Vanesa y Brayan

 

 


En una fábrica colorida y bulliciosa en Yogyakarta, Indonesia, el olor a aceite quemado, las máquinas calcetineras, apuraban los pedidos de las grandes naciones,  los países desarrollados que necesitaban las prendas para lucir su esplendor y bonanza.

Los operarios corrían apresurados, alimentando las calcetineras con los colores adecuados y las medidas precisas.

 Las maquinas movían  los hilos en formas circulares a fin de confeccionar los calcetines de primera categoría. Las marcas irían después, es el complemento que le da el prestigio a la prenda.

 Y así en medio del rechineo de las máquinas, los agitados pasos de los operarios, las miradas vigilantes de los supervisores, nacieron dos calcetines:

Izquierdo-derecho, hembra y macho, arriba y abajo, revés y derecho.

 Eran del mismo lote, misma tela, mismos colores: azul marino con rayas celestes, todo parecía normal, eran productos de fábricas del tercer, para ser vendidos en el primer mundo, en tiendas de lujo.

 Pero no podían ser más diferentes.



 Vanesa era estirada, perfeccionista, se enorgullecía de sus costuras rectas y de su forma impecable. —“¡Seremos los mejores calcetines del mundo, pero solo si no nos arrugamos nunca!”— repetía, ajustando su elástico con vanidad.

 Brayan, en cambio, era un soñador. Soñaba con escapar de las cajas, ver el mundo más allá de los pies, y hasta con volar. —“¿Te imaginas viajar en mochila por el Himalaya? ¿O rodar por la alfombra roja en Hollywood?”— susurraba mientras ella lo ignoraba.

 Los empacaron juntos. ¡Qué horror para Vanesa!

-       Mirándolo de reojo ¿Con este deshilachado de ideas?”

 Y así fueron enviados viajando en confortables paquetes, desde el medio oriente, pasando por el estrecho de Ormuz, pasando por las respectivas aduanas, identificados por los Qrs universales, a una tienda elegante de una prestigiosa cadena, en Los Angeles, USA, donde costaban treinta y cinco dólares el par. “Exclusivos”, decía la etiqueta.

 Y para beneplácito y satisfacción de Vanesa, colocados en el lugar  preferencial de los calcetines.

 Vanesa se deleitaba viendo la clientela, portando las prendas de moda, marca y precio que les daban prestigio y elegancia, y sobretodo para las promociones, donde la gente se aglomeraba en medio del ruido y la urgencia a que le cobraran y empacaran sus pedidos. .  

 Un día, un joven con gafas redondas y una mirada amable después de examinarlos con atención, los compró.

 Era seminarista de origen polaco y pronto los empacó junto a sotanas, libros y un rosario. Su destino: una institución católica en El Salvador.

 Los calcetines no entendían nada.

Pasaron de un cajón pulcro a una mochila desordenada, de la ciudad de  Los Ángeles a las comunidades eclesiales de base.

 A un lugar donde las lluvias tropicales y el sol abrazante son cotidianas.

 El seminarista, entregado a su ministerio, pronto sintió que todo lo que necesitaba era unas sandalias y unas sotana, pues descubrió y sintió que había mucha necesidad en la comunidad.

 Entonces, donó ropa a una fundación de utilidad pública.

 En fin, que Vanesa y Brayan, terminaron en unas pacas mezclados con toda clase de ropa usada y de media vida.

 Luego fueron a para a unas grandes tiendas de ropa usada llamadas , SHOPIN PLUS PACAS-  versión El Salvador , en donde fueron separados y colocados en lugares estratégicos y vistosos.

  Un licenciado con gusto peculiar, acostumbraba a visitar estos lugares, pues de acuerdo a su experiencia, se podían encontrar prendas de vestir de marcas a precios bien accesibles, aunque con ligeros detalles causados por el uso.

 Cuando vió el par de calcetines, le gustaron y compró varias  cosas… incluyendo a Vanesa y Brayan.

 —“¿Otra vez juntos?”— gruñó Vanesa.

 —“¡Quizás esta sea nuestra oportunidad de ver el mundo!”— dijo Brayan, ilusionado.

 Pero los días fueron difíciles. El licenciado los usaba para ir a la oficina, para correr, para caminar por el centro de San Salvador, luciéndolos con shores y calzonetas.

 Y así cada noche… peleaban en la cesta de ropa sucia.

 —“¡Tu talón está lleno de barro!”— chillaba Vanesa.

 —“¡Y tú ni siquiera sabes disfrutar el olor a tierra mojada!”— respondía Brayan.

 Una mañana, mientras eran lavados a mano por la La niña Paca,  que le ayudaba al licenciado,  ella, maltraba la ropa, pues era muy poca la paga y la calidad del jabón no era la que le gustaba.

 Los calcetines los estiraba y medio los enjuagaba, tirándolos en los alambres del patio.



Brayan sintió una brisa fresca. Era su momento.

 —“¡Vanesa! ¡Voy a vivir la vida que merezco!”— gritó, y con una voltereta maestra se soltó del alambre. Cayó en el patio y rodó como bola de algodón hasta llegar al jardín.

 Con el menor ruido y camuflageado,  notó que Nadie lo vio.

 Vanesa, desde el alambre, sólo suspiró: —“¡Qué insensatez! ¡Qué falta de compromiso con el par!”—

Echándole una mirada fría y con reproche, lo ignoró.

Pero Brayan rodó y rodó, se escondió en un arbusto, pasó días viajando en la suela de un zapato ajeno, de un indigente que merodeaba por toda la ciudad, este después se deshizo de el tirándolo en una ventana, allí vivió bajo un pupitre escolar de una escuela cantonal, acompañó un picnic y fue llenado con aserrín para actuar como títere de un niño. 

Roto, pero feliz, se sintió por fin libre.



Vanesa, en cambio, fue olvidada en un cajón oloroso a  criolina. Y aunque no lo decía, a veces suspiraba por aquel compañero fastidioso que la hacía reír cuando menos lo esperaba.

El par de calcetines de  color azul marino con rayas celestes más disparejo de Indonesia: ella, la perfecta; él, el soñador.

 Tal vez no nacieron para estar juntos… pero cada uno, a su manera, encontró su destino.