jueves, 14 de junio de 2012

Flamenco



Una tarde llegó la comitiva encabezada por coyol y otros monos, algunos descalzos, otros agitados con la corredera del parque al cuarto del mesón San Jorge y a coro con la noticia.
Sólo me puse la camisa y salí de prisa, saliendo por el zaguán del mesón, atrás estratégicamente de la pacotilla del coyol.

Minutos antes me habían interrumpido las tareas escolares y me dijeron en medio de un bullerìo de bichos, una sarta de datos, empezando por la nueva: - Fíjate que ha llegado un baboso que tiene una bicicleta y nos da vueltas, bien chivo. Además al que puede se la presta por un rato, ahorita están los grandes dando vueltas al parque.

No es que hubiera obligación de estar al tanto, pero el “parque” era, en cierto modo, involuntariamente, mi propiedad virtual, no sólo el lugar donde pasaba la mayor parte del día, sino que desde bebé había recorrido todos los recovecos y pasillos del mismo, siendo protagonista y testigo de los cambios ornamentales y arquitectónicos que había sufrido, así como vigilante ad-honoren de sus visitantes y sus huéspedes. 
Desde la mirada del niño y en ese tiempo pre-adolecente  formaba parte de la aristocracia del barrio,  y custodio del parque Centenario.

 Hijo de Don Víctor, el intelectual zapatero, oidor de Radio Habana, asiduo de los mítines del parque Libertad, dadivoso con las muchachas y también nacido sobrino de Luis “Bigote” Moreira un viejo chele, temido y respetado del barrio, de los primeros en sacar la “temible”, cuchilla de zapatero, chinchín y protector de las mujeres. 

Al llegar a la esquina del parque lo que encontré un grupo de cipotes que se ordenaban, esperando su turno para dar su vuelta en la bicicleta de aquel “extranjero”.

Con una sonrisa amplia, asignaba cortésmente quien iba a dar la siguiente vuelta. 

Las primarias  percepciones fueron acerca de la estatura, era más bien alto, parecido, en donde sobresalía una nariz desproporcionada al rostro, bien comido, y su ropa contrastaba con la norma del parque, casi siempre gastada por las innumerables lavadas y por años que la habían usado nuestros parientes mayores.  
 
 Y no tendría nada de extraordinario esa deferencia con la bici, sino fuera porque en ese tiempo eran contadas las que se podían ver en el parque, y generalmente los cipotes las alquilaban a 25 centavos la hora, en negocios cercanos, generalmente bicis viejas y maltrechas.  Además no era común que alguien las prestaras con ese desprendimiento, pues era costumbre que lo más que un dueño de bici hacia era llevar a otro bicho, pero no prestar el aparato. Era lo normal. 
Aun en ese submundo marginal y miserable, había códigos y estratificaciones.

Después de los rituales de rigor y olfateadas de culo, en pocos días nos hicimos cheros y para sorpresa supe que vivía en la misma cuadra que yo, en un lugar donde antes estaba el Mesón Orellana, frente a la casa de los semitas, donde vivía mi profesora de 1er.grado doña Lucinda Méndez, y a la par de Paco el del palo de mango.

Así descubrí que era un cipote bien educado, con papá y mamá (verdadera rareza), gustaba de la música clásica, el ajedrez, nadaba los cuatro estilos, fútbol, básquet, curioso  y con sentido de humor, además la edad, nos unía y empezamos a estudiar en el instituto, aunque por ser de mayor talla, el quedó en la sección B y yo,  por enanito en la “A”, sin embargo, intercambiamos vida: idas al cine, a bañarnos a la chacra, jodarrias y las jugadas de básquet en las recién construidas canchas hechas por el alcalde de San Salvador, Napo Duarte. 

Los inolvidables matines de nuestro vecino y amigo "CINELANDIA".
Las fiesta agostinas con las consabidas algarabìas, carreras, dulces, persecusiòn del diablo y los grandes en los ring de la ocasiòn.
 
Tambien disfrutamos de las patinadas, verdaderos espectaculos, en eso fuì un "vicio", superado soloamente por el legendario "negro cambell", Mauricio, la pulga y bigote mi primo.
En el instituto compartimos las experiencias con profesores de la talla de Vaquerano, don chalo, don tanchito, veneno, doña lavinia, batman, mandrake, cocada, la nebulosa, chepe botella, botellita, el monje loco, frankestein, mr.jandres, burro perla, la mylady y otros.
  



 Por ser un riquillo de barrio, tenía de todo: patines, bici, bolas de básquet, chucho, juegos de salón, cuarto propio, además su papá que parecía mezcla de Kafka con Bela Lugosi, tocaba un piano negro de cola, en él aprendí las notas musicales, que mi amigo enseñaba sin ningún egoísmo.


 Su mamá era una mujer hermosa y elegante, muy amistosa y franca.

Tenía un hermano mayor medio loquillo.

Así transcurrieron dos o tres años, él junto con otros cheros, me acompañaron a la muerte de mi papá, después trunquè mis estudios y tuve que salir a “rodar tierra”.

Luego de tres años en las minas de sal, regresé a mi barrio y poco a poco fui incorporándome a las nuevas tendencias y vivencias de mi barrio, de mi parque, sobresalía la cultura imitación hipi y la nueva ola; muchos amigos y conocidos eran marihuaneros o ya se echaban cotidianamente los tragos. 
Los cabellos largos, los pantalones campana y los zapatos de plataforma estaban a la moda. 

Y los jóvenes en un amplio espectro de colorido vagábamos y compartíamos momentos en el parque.

Pude comprobar que aquel, había terminado su bachillerato, que jugaba básquetbol  de manera regular y que además ejercía un liderazgo entre todos los jóvenes.

Había desarrollado cierta iniciativa y pedagogía que le hacía sobresalir entre la muchachada, siempre con la sonrisa a flor de piel y ese característica de estar siempre de buen humor.

Nos volvimos a juntar y compartimos experiencias, muchas de grata recordación, como las memorables peleas con los guantes de boxeador que tenía en su casa, las idas a la chacra, los fabulosos e inolvidables partidos de basket, los conciertos de dulzaina con el “loco Leonel”, otras historias “que recordar no quiero”.
 
Era el entrenador del equipo Ases de 2ª. En donde me incorporé, logrando el campeonato en forma invicta en el torneo agostino de Mejicanos.

Luego supe que se había casado con una de las hermanas que vivían frente al parque y que había procreado un hijo. 

El conflicto, el trabajo, la familia me alejaron de mi barrio y de mis amigos y  sus aventuras.

Años más tarde, una mañana de domingo llevé mi hijo de dos años a mecerlo a los columpios del parque y casualmente  encontré a mi amigo con su hijo de cuatro años, el cual tenía su misma actitud y un parecido extraordinario, intercambiamos saludos, un poco de cómo nos trataba la vida y con un saludo discreto nos despedimos, no lo he vuelto a ver.