Aquella noche, como tantas otras en los gloriosos años setenta, el
aire olía a humedad, a cuero gastado, los LONGPLAY giraban más que los
pensamientos.
Era una noche espesa de humedad y rock, y el grupo heavy, como le
decíamos por costumbre (aunque la mitad ni tocaba un instrumento) y a
ese inconfundible aroma de mota (de la verde limón) con eco de Led
Zeppelin-Montón de amor. Y para los aprendices de hippies LAS NOCHES
DE BLANCO SATIN.
Todos los sospechosos de siempre, melenudos, pantalones de poliéster,
zapatos de plataforma (fiados en el módulo), estábamos en la fuente
central del parque Centenario, donde antes hubo una estatua de un
cipote desnudo orinando con elegancia clásica, y ahora solo quedaba el
pedestal, pupú de paloma y una bolsa de CHURROS flotando.
Éramos legión: Juan Lagarto, el único que podía quedarse quieto
durante un viaje astral. Rolo, que no hablaba mucho pero cuando lo
hacía parecía que recitaba en verso. El Chino, experto en liar
puros con SU MANO IZQUIERDA y la derecha agarrando la peche trini.
Gamezán, que cada vez que se colgaba hablaba de una conspiración del
Vaticano para esconder ovnis en el Amazonas. Bigote, que llevaba el
mismo bigote desde el 60 y decía que sin él perdía la identidad
familiar. Murmullo, que solo hablaba cuando nadie lo miraba. Chobeta,
que nunca traía nada pero siempre caía con hambre, para mantener sus
músculos. Choco Arturo, el poeta frustrado que escribía versos con
cenizas sobre los ladrillos del parque. Y el Cacho, que tenía el
negocio del menudeo y cara de sospechoso de siempre.
Y ahí apareció Peligro.
Vestía camisa floreada, pantalón acampanado, y traía bajo el brazo un
diccionario de plantas medicinales que parecía robado del consultorio
de un herborista. Nos miró con esa seriedad que solo un alumno de
primera semana en areas comunes de la U, puede tener, y dijo:
—"Lo que ustedes fuman", dijo abriendo el diccionario con solemnidad
de cura en misa, "no es droga. Es Cannabis sativa. Así, con nombre
científico y todo".
Con denominación científica y propiedades terapéuticas. Esto que
hacemos… es herboristería popular autogestionada”.
Hubo un silencio. No por respeto, sino porque todos estábamos tratando
de pronunciar sativa sin escupir.
Rolo se atragantó con el humo. Juan Lagarto lo miró fijo, como si
intentara descifrar si Peligro hablaba en serio o había mezclado mota
con el libro de Ciencias Naturales de cuarto grado.
Peligro se acomodó los lentes, que ni necesitaba, y explicó que ahora
no era un simple pusher: era un "agente distribuidor de conocimiento
cannábico". Que lo que hacíamos no era "quemar uno", sino "liberar
propiedades terapéuticas de la flor resinosa mediante combustión
controlada".
—“¿O sea que ahora somos farmacéuticos?” —preguntó Bigote, mientras
desenrollaba un papel que decía "Corintios 12:24 ".
Peligro asentía. Hablaba de la estructura molecular del THC como si
estuviera por rendir en el laboratorio de ciencias de la U.
Mostró un dibujito de una flor en cruz que juró era de un herbario suizo.
Peligro seguía, convencido, con una pasión que mezclaba Che Guevara y
profesor de ciencias naturales. Sacó un purito, lo prendió, lo pasó, y
al llegar al último toque dijo:
—“Este momento… este instante… esta última fumada… es la entrega final
de la experiencia botánica compartida”.
—“La bacha no es una miseria, es la condensación de saber ancestral. Y
el super… el super es el momento místico de la entrega tribal.
“La comunión del humo, tal como lo explica según dicen los códices
pipil-lenca de la Calle castillo, donde el chamán EL GALLO, lo
explica.”
Murmullo, preguntó si eso se podía decir frente a los juras.
Chobeta se rió tanto que se le cayó el plato de yuca sanchochada, que saboreaba.
El Chino, sin decir palabra, prendió otro y lo pasó con una
reverencia budista.
Gamezán se convenció de que todo esto lo había predicho una
civilización maya extinta. Y Cacho, que venía lento por un puro lleno
de mozote que se dio antes, dijo con voz de monje español:
—“Yo sabía que esto era más que vicio, loco… Es una ciencia exacta,
como el horóscopo.”
Y ahí estábamos, una vez más, en plena ceremonia al pie del pedestal
huérfano, compartiendo humo, filosofía callejera y palabras que
sonaban a enciclopedia olvidada.
Peligro se fue temprano esa noche, diciendo que tenía que secar unos
cogollos en una caja de zapatos con arroz. Lo miramos irse como se
mira a un gurú raro, con algo de ternura y mucho de risa contenida.
Se quedaron bajo la luna, que parecía más grande de lo normal, hasta
les hacía “ojitos” o capaz era solo el sativa, haciendo efecto.
El Choco Arturo escribió con un palito sobre la tierra mojada:
"No es puro, es botánica.
No es bacha, es herencia.
No es super, es entrega.
No es vicio… es ciencia."
Y todos asentimos, como si acabáramos de entender el universo.
Aunque al final, igual le seguimos diciendo:
¡Hey!! ¿que onda , men?,
- "jálale por la nariz y que no se te escape el humo".
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