miércoles, 14 de julio de 2010

favor leer con atenciòn, de allì sigo yo

¿Quiénes son los protagonistas? (y 3)

René Martínez Pineda*

La actitud contemplativa de quienes deben ser los protagonistas históricos de la realidad,
los vuelve incapaces de comprenderla-transformarla, lo que coincide con la visión apática de unas ciencias sociales que –prisioneras de manuales obtusos que parecen redactados en las mazmorras de la modernidad (las maquilas)- yacen en la anemia teórica, a pesar de que muchos de quienes las imparten, se ven a sí mismos como rancios exponentes del intelecto más privilegiado.

Eso explica lo efímero de la acción social, lo intrascendente de la protesta, lo inocuo de la teoría, y el fracaso orgánico de los grupos contestarios o paliativos, no obstante que el país es uno de los que tiene más organizaciones sociales, ONG,s y partidos por metro cuadrado, tantos que resulta imposible trazar un mapa organizativo, aunque es fácil hacer -hablando de partidos- su mapa genealógico, porque son fundados y refundados por las mismas patéticas figuras (desde finales del siglo XIX) con la misma ideología, pero con marca diferente. Existen, pues, muchísimas organizaciones que antagonizan, por acá, con la carencia de líderes (por eso el éxito de los pastores); y, por allá, con la indómita apatía de la gente: ni modo, hermano, que se haga la voluntad de dios… y de Paul, el pulpo adivino.

La pose contemplativa -adobada con la ineptitud para construir instancias que le devuelvan el protagonismo al pueblo en su nivel básico (la ciudadanía)- lleva a la gente (eclipsada en el indolente promedio social) al nivel de animalidad social –perdónese lo rudo del término- en tanto se mueve guiada por los sentidos, lo que explica fenómenos como: agresividad desbocada; violación de ancianas y niños; asesinatos con lujo de barbarie; matonería en la calle y sumisión en el almacén; consumismo de baratijas; envenenamiento con semilla mejorada o hambrunas infames; suplantación de la identidad por la identificación: “el DUI vencido es como si no existieras”; y la aceptación del combo de Tv-Offer: “3 minutos de ejercicio al día garantizan un abdomen plano, y 7 minutos diarios de lectura de la Biblia garantizan un espíritu nuevo. Restricciones aplican. En ese nivel, para el hambriento ya no existe la forma humana de alimento (por eso no lo exige), sino que sólo el carácter etéreo y folclórico de “comida”: los frijolitos, la tortillita; no existe la forma humana de justicia, sólo la legalidad vacía y el juicio divino; no existe la forma humana de vivienda, sólo el hecho inmutable de caverna; no existe la mente, sólo la memorización que, peligrosamente, se acerca a la domesticación que desdeñó El Principito.

¿Por qué el salvadoreño es incapaz de ser protagonista y darle saludable vida a su ciudadanía? Simple: para ser protagonista hay que ser actor, y eso significa que se debe ser, antes, un ciudadano –en el sentido sociológico- para defender sus derechos señalando sin ambigüedad al violador; para exigir el trato que merece, en todo lugar y situación; para saberse digno. En resumen: debe ser capaz de repetir lo que con enjundia le oí gritar a mi abuela, cuando impidió que la Guardia Nacional me llevara preso por subversivo: ¡yo tengo derecho a tener derechos, hijos de puta!

¿Qué significa ser un ciudadano en busca de protagonismo? En primer lugar, asumir su ciudadanía política, o sea la capacidad para certificar su libertad, incluida la de elección. Elegir significa demandar que lo que se elige es lo que se le ofrece a uno, y eso implica un nivel de protagonismo capaz de frenar la demagogia, corrupción e impunidad. Pero, el salvadoreño no es un ciudadano político, es un súbdito electoral que no hace nada cuando: la justicia es impartida por corruptos; no le cumplen lo que le prometen –pensemos en un metrobús-; se roban las donaciones para la gente en situación de catástrofe; le incrementan la tarifa de los servicios básicos; la ley obliga sólo a unos…

En segundo lugar, debe ejercer la ciudadanía social, es decir, tener el temple para formular demandas socioculturales y económicas a favor del ensanchamiento de sus derechos y de la mediación del Estado para consolidarlos, en lugar de exigir un asistencialismo que forma súbditos. Así, ser un ciudadano social es: ser depositario de derechos; tener factibles ambiciones colgadas en un horizonte cada vez más sano; darle contenido y dignidad a su existencia, de tal forma que escriba su nombre en la memoria de la sociedad; poseer valores y creencias que le permitan ser mejor cada día; realizar un trabajo que lo llene espiritualmente; abandonar el nombre común para adueñarse del nombre propio; negar la profecía y la vigilia concupiscente que, según el misticismo, remedia males; dejar de ser ladrillo para ser pared. Pero, el salvadoreño no es un ciudadano social, es un ciudadano para donaciones, un abstracto y enfermo indicador que padece males tan fuertes que ni las “Píldoras de Holloway” –famosas en 1857- los pueden curar; que sale a mendigar, sin saberlo. Y es que, para ser protagonista hay que ser autónomo, o sea dueño de uno mismo.

Resulta evidente que las distintas relaciones tiempo-espacio generan, por acá, distintos tipos de Estados; y, por allá, diferentes protagonistas, sobre todo desde 1932, cuando la represión masiva tendió un puente temporal que une la tiranía con la democracia y la religión con la política. Entonces, si el Estado es constitutivo de la realidad política, el protagonismo es constitutivo de la lucha ideológica en la realidad social.

En tal sentido, si el tiempo se expresa en el espacio, en las fronteras físicas de la cotidianidad y los lindes legales del Estado, éste sirve como gendarme de una historia que niega al pasado para no acceder a un futuro público. Por cuestiones de clase social, los Estados soberanos se trocaron en «prisiones virtuales», o sea en segmentos geográficos en los que los planes, intereses y acciones de las clases explotadas, son reprimidos y vetados de oficio; una prisión virtual, ya que carecer de protagonismo histórico es similar a perder los derechos civiles, tal como le sucede a los reos, no importa si son culpables o no. De ahí que el concepto de clase social tenga, por historia universal, un sentido orgánicamente vinculado al de ciudadanía y, al revés, la ciudadanía es un juicio de valor humano –desvalorizado en los pueblos- que es tan comprensivo como sentimental –lo simbólico en su manifestación cotidiana- íntimamente relacionado con la clase social, sobre todo en los momentos en que el protagonismo se convierte en una percepción social, en tanto es una opinión que modifica el comportamiento colectivo.

* renemartezpi@yahoo.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

buenísimo este artículo, mejor no se podia explicar!, esa parte que dice sobre tener más albedrío pero gozar de menos libertad es bien cierta, yo sufro de eso en carne propia, por ser de mentalidad progresista y haberme librado de algunos empresarios bandidos que gustaban de mi trabajo pero no de mi forma de pensar, ni tampoco de pagar lo debido, y que bien por mi que me hastié y decidí a ser independiente, ahora gozo de más albedrío pero que paso con mi libertad, se fue a la chingada!, ahora esos mismos desgraciados para quienes trabaje lealmente (aunque inconforme) se encargan de cerrarme las puertas de otros de la misma calaña, escudandose en mi edad, en mi pasado de problemas con drogas, que sé demasiado y estoy sobrecalificado, en que no tengo titulo a pesar de haber tenido educación superior ampliamente, en fin, de que me sirve mi albedrío ahora si realmente soy esclavo "castigado", castigado con la indiferencia, soy equivalente a un mendigo tirado en la acera allá en el centro, él esta ahí pero nadie lo ve, todos lo ignoran. Gracias Chino Milton por la oportunidad de opinar y que bien que encontré otro sitio donde leer la verdad.